Suelos tóxicos, héroes ocultos: la glomalina de los hongos contra el plomo

A pocos kilómetros de la ciudad de Córdoba, los suelos conservan una herencia tóxica: las altísimas concentraciones de plomo (Pb) que dejó una antigua fundición recicladora de baterías. Este metal pesado no solo degrada los suelos, también representa un riesgo para la salud humana y los cultivos de la zona.

Sin embargo, en este escenario hostil ocurre un proceso natural que ofrece una luz de esperanza: la acción de los hongos micorrícicos arbusculares y de una proteína particular que producen: la glomalina.

Los hongos micorrícicos y su proteína clave

Los hongos micorrícicos forman una red de hifas que se asocian con las raíces de la mayoría de las plantas. En esa interacción producen la glomalina, una proteína muy estable que se libera al suelo y que cumple varias funciones ecológicas: mejora su estructura, contribuye a almacenar carbono y, como muestra un estudio realizado por las Dras. Karla Cáceres-Mago, M. Julieta Salazar y Alejandra G. Becerra, investigadoras del Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal (IMBIV, CONICET-UNC), puede unirse a metales pesados como el plomo, reduciendo su movilidad y toxicidad.

El estudio en el predio de la fundición

En este trabajo, publicado en la revista Chemosphere, se analizaron suelos y raíces de tres plantas comunes de la zona (Bidens pilosa, Sorghum halepense y Tagetes minuta). Se encontraron niveles extremos de plomo, llegando en algunos puntos a ser 80 veces superiores a lo permitido para usos agrícolas o residenciales.

A pesar de estas condiciones críticas, la glomalina estuvo presente en todos los sitios muestreados. Además, se observó que su cantidad no dependía directamente del nivel de contaminación, sino de la diversidad de especies de hongos micorrícicos presentes en el suelo.

Una proteína que atrapa metales

El trabajo demostró que la glomalina puede unirse a grandes cantidades de plomo. Aunque en los lugares más contaminados disminuye la eficiencia relativa de esta “captura”, el total de plomo inmovilizado resulta mucho mayor. De hecho, la misma cantidad de glomalina logró retener hasta 77 veces más plomo en el sitio más contaminado que en el menos contaminado.

Principales pasos del protocolo utilizado para cuantificar el Pb unido a la glomalina: (A) extractos de glomalina; (B) precipitación de la proteína por acidificación; (C) diálisis de la glomalina precipitada; (D) muestra de glomalina después de la liofilización y calcinación; y (E) digestión de las muestras.

Implicancias para la restauración ambiental

Estos resultados refuerzan la idea de que promover comunidades diversas de hongos micorrícicos puede ser clave en estrategias de fitorremediación: el uso de plantas y microorganismos para recuperar suelos dañados. A futuro, seleccionar especies de plantas y hongos tolerantes a la contaminación podría aumentar la producción de glomalina y, con ella, la capacidad del suelo de “atrapar” plomo y reducir su riesgo.

Conclusión

Incluso en escenarios de alta contaminación, la naturaleza conserva mecanismos capaces de defender los suelos. La glomalina es uno de ellos: una proteína invisible a simple vista, pero con un enorme potencial para inmovilizar metales tóxicos y abrir caminos hacia una restauración más sostenible.En palabras simples: estos hongos y su proteína actúan como “guardianes invisibles” del suelo, capaces de retener parte de la herencia tóxica que dejaron las actividades industriales.

Enlace al trabajo publicado en Chemosphere