La pandemia de coronavirus nos ha dejado un poco sensibles. Nadie quiere volver al encierro, los controles, el temor a las secuelas de una enfermedad que todavía no entendemos por completo… o a un abrupto final de nuestras vidas.
Hoy sabemos un poco más de virus, vacunas, anticuerpos, pero las noticias también nos empiezan a acorralar con futuras amenazas, como la de las bacterias super resistentes. El uso indiscriminado de antibióticos en nosotros mismos, animales e incluso plantas, ha convertido a estos seres microscópicos en un peligro inminente.
Virus y bacterias han sido la causa de futuras pandemias que convierten nuestro mundo en brutales distopias, tanto en la literatura como en el cine o los videojuegos. Pero quizás nunca imaginábamos que, detrás de esos invisibles enemigos, acecha una amenaza silenciosa, que convive con nosotros día a día, y que aparentemente no representa un gran peligro para nuestras vidas: los hongos.
Se estima que las especies de hongos multiplicarían por diez las de plantas, como hemos mencionado en nuestra nota Hongos fantásticos. Y a pesar de esa abundancia, siguen estando en un segundo plano de interés, lo cual los hace más misteriosos en cuanto a cómo podrían afectar nuestras vidas.
El próximo domingo 12 de marzo finaliza una de las series más exitosas de los últimos tiempos, The last of us (“El/la último/a de nosotros/as”). Basada en uno de los videojuegos más vendidos de la última década, cuenta la historia de Joel y Ellie, dos sobrevivientes de una pandemia arrasadora. ¿La causa? Un hongo conocido como Cordyceps.
Hasta ahí todo bien, después de todo es ciencia ficción. Pero en el primer capítulo un grupo de científicos ficticios explica las probabilidades de que una pandemia pudiera ser iniciada por un hongo, basándose en un caso de la vida real, las “hormigas zombis”.
¿Existen estas hormigas? Sí, su verdadero nombre es hormiga carpintera (Camponotus leonardi), habitan en los árboles de las selvas tropicales y son el blanco de un hongo parasítico, el Ophiocordyceps unilateralis, también conocido como “hongo zombi”.
Cuando estas hormigas son infectadas por las esporas del hongo, este último inicia su crecimiento en el interior del insecto. A partir de allí, comienza a liberar sustancias químicas que afectan tanto a los músculos como al sistema nervioso. Bajo el efecto de estos compuestos, la hormiga se cae de los árboles donde suelen habitar, terminando en la parte más baja del bosque, que es mucho más fresca y húmeda, lo que favorece el crecimiento del hongo.
En un determinado momento, cuando la hormiga perdió toda voluntad sobre sus movimientos (de allí el apelativo de zombi), se sube a una planta del sotobosque (la parte del bosque más cercana al suelo) y se aferra fuertemente a la nervadura central de una hoja con sus mandíbulas para nunca más soltarla. El hongo continúa creciendo y alimentándose del interior del insecto, hasta que finalmente logra salir de su cuerpo, por la parte posterior de la cabeza. Las estructuras del hongo que crecen fuera de la hormiga (el típico “hongo de sombrero”) van a generar más esporas, las cuales se esparcirán en una superficie de casi un metro cuadrado, a la espera de la llegada de nuevas víctimas.
El videojuego y la serie imaginan algo similar, pero en humanos. Quien se ve infectado por las esporas (dejadas de lado en la serie para no tapar las caras de los actores con máscaras antigás) o por la mordida de un infectado, en poco tiempo pierde su voluntad y se convierte en una especie de zombi caníbal que sufre variadas transformaciones en su aspecto a medida que pasa el tiempo y el hongo crece en su interior.
Si bien la ciencia ficción suele darse muchas licencias, en el caso de esta historia sus creadores decidieron llamar a su hongo con el nombre que tenía hace un tiempo la especie que infecta a las hormigas, Cordyceps. Y a partir de ello, muchos medios de comunicación han decidido difundir que este hongo existe en la vida real, generando confusiones y temores en una población muy susceptible a la palabra pandemia, sumado al hecho de lo poco que se conoce sobre hongos en comparación con otras especies de seres vivos.
Entonces vamos a la pregunta del millón, ¿es posible una pandemia causada por un hongo del tipo Cordyceps?
Existen muchas especies de hongos que infectan diferentes especies de animales, desde los insectos a los seres humanos. Los hongos que infectan a nuestra especie (Homo sapiens) rara vez conducen a enfermedades severas, excepto en pacientes inmunodeprimidos. Ninguna de ellas está emparentada estrechamente con especies de Ophiocordyceps, como las que convierten en zombis a las hormigas carpinteras.
Sabemos que las especies existentes de Ophiocordyceps son bastante específicas, que han coevolucionado con especies de insectos y que sus ciclos de vida están adaptados a la biología de estos organismos, que es muy diferente a la de los mamíferos como nosotros.
Para que alguna especie de Ophiocordyceps evolucione e infecte con éxito a nuestra especie, tendría que superar varios obstáculos, incluyendo las barreras físicas de la piel humana y nuestro sistema inmunológico. Además, debería adquirir la capacidad de adaptarse al ambiente del cuerpo humano.
Para darnos una idea de lo remoto de esa posibilidad, basta mencionar que los ancestros de las especies de Ophiocordyceps habitan nuestro planeta desde hace más de 100 millones de años, y que nuestra especie se originó hace aproximadamente 300.000 años. Es decir, convivimos con estos hongos desde nuestro mismísimo origen. Es importante mencionar que, además, en este lapso ha habido varios ciclos de enfriamiento y calentamiento climático.
Y si nos queda alguna duda, vamos a centrarnos en la especie más emblemática de Ophiocordyceps, la ya mencionada O. unilateralis, el “hongo zombi”. Esta especie de hongo deriva de un ancestro que infectaba escarabajos. Desde que comenzó a infectar a las hormigas en nuestro planeta, hace millones de años, no ha pasado a otro hospedador, ni siquiera a otro insecto.
En conjunto, la evidencia nos muestra que, aun en las condiciones de cambio climático mencionadas en la serie, la probabilidad de que alguna especie de Ophiocordyceps pueda infectarnos es extremadamente baja, por no decir nula.
Como mencionamos al principio, estamos constantemente rodeados de hongos que, por lo general, no nos hacen daño, aunque no debemos descuidarnos. Existen especies del tipo moho que crecen en algunos alimentos, como frutas y cereales, que pueden producir toxinas que se han asociado con el desarrollo de cáncer de hígado, renal y de esófago. Estos y otros hongos del género Aspergillus también pueden crecer en paredes, ventanas y lugares húmedos, y sus esporas son un potencial peligro para personas inmunodeprimidas. Y tampoco tenemos que olvidar al género Candida, la causa principal de numerosas infecciones en las mucosas humanas.
Todos los hongos señalados en el párrafo anterior pueden ser tratados con antifúngicos. Pero de la misma manera que el uso indiscriminado de antibióticos ha llevado a la aparición de bacterias super resistentes, la utilización indiscriminada de antifúngicos ha hecho que algunos hongos estén empezando a desarrollar resistencias. Tal es el caso de Candida auris, cuyas variantes más resistentes está amenazando los centros de salud.
Si bien lo mencionado arriba no justificaría un panorama como en The last of us, seguramente generaría un problema de salud pública de muy difícil, por no decir imposible, solución. Si eso pasa, que el último de nosotros apague la luz.
Autores: Carlos Urcelay (Laboratorio de micología IMBIV) y Alberto Díaz Añel (Comunicación institucional IMBIV)
Referencias