Cuando la ciencia florece en el arte

Arte y ciencia, ¿dos caras de una misma moneda?

Desde hace mucho tiempo se afirma que entre el arte y la ciencia existe una enorme grieta. Suele decirse que el primero es emotivo y la segunda se comporta de manera racional. También se asegura que uno es evocativo y la otra explicativa. Y mientras el arte busca respuestas estéticas, la ciencia persigue el conocimiento y la comprensión del todo.

Si bien todas las anteriores podrían considerarse diferencias extremas, entre los conjuntos que abarcan al arte y a la ciencia no hay realmente una grieta sino una intersección, dentro de la cual comparten rasgos en común. Por ejemplo, los dos valoran la observación cuidadosa de sus entornos para recopilar información a través de los sentidos; en ambas prácticas humanas hay una base poderosa de imaginación, sólo que se despliega en terrenos distintos; Los dos aprecian la creatividad y son estimulados por la curiosidad; tanto el arte como la ciencia proponen introducir cambios, innovaciones o mejoras sobre lo que existe y aspiran a crear obras de relevancia universal; y ambos se valen de modelos abstractos para entender el mundo.

Estos puntos en común entre el arte y la ciencia los han convertido en grandes socios. En varios aspectos la ciencia ha contribuido a ampliar la capacidad expresiva del arte, desde la química utilizada para crear nuevos colores en la pintura o en la obtención de múltiples materiales para componer esculturas, pasando por la física del sonido en el desarrollo de los instrumentos musicales y en la optimización de la acústica en espacios arquitectónicos, sin olvidarnos de las artes más modernas como el cine, en donde cada año se otorgan los premios Óscar científicos y técnicos a los nuevos descubrimientos e innovaciones que han contribuido al progreso de la industria cinematográfica.

Lamentablemente, el lenguaje complejo de la ciencia ha sido una de las grandes causas por la cual el público no especializado se mantiene alejado de ella. Por suerte contamos con el arte, que está más cercano a las emociones y, por ello, se ha convertido en un excelente aliado a la hora de comunicar la ciencia a la sociedad. Hoy existen colaboraciones entre científicos y artistas (o científicos que son artistas y viceversa) que dibujan obras de arte con bacterias, crean esculturas de vidrio de organismos microscópicos, reproducen la estructura del ADN en estatuas de variados diseños y colores, y hasta crean obras de teatro con temáticas científicas.

Todo esto demuestra que de alguna manera hay arte en la ciencia, pero ¿hay ciencia en el arte? Sin dudas que sí, depende cómo uno la busque. Hoy vamos a ver un excelente ejemplo de cómo una obra maestra universal puede esconder en su interior (aunque se vea a simple vista) una gran cantidad de información científica, si bien quien la pintó, hasta donde se sabe, nunca estudió ciencia.

La ciencia escondida dentro del arte

Para ello viajemos a fines de los años 70, pero del siglo XV, en Florencia, Italia, en pleno apogeo del dominio de la ciudad por la familia Medici. Uno de los tantos artistas protegidos por el mecenazgo de la poderosa familia florentina era Alessandro di Mariano di Vanni Filipepi, más conocido como Sandro Botticelli (1445 – 1510), a quien Lorenzo de Pierfrancesco de Medici (1463-1503), primo del gobernante Lorenzo el Magnífico (1449-1492), encargó una pintura como regalo para su futura boda, que estaba planeada para el mes de mayo de 1482, en plena primavera toscana.

Inspirado en la fecha de la boda y en el amor de los futuros esposos, Botticelli decidió centrar el tema de su obra en la estación del año más romántica. Hoy conocemos a esta pintura como Alegoría de la Primavera o, simplemente, La Primavera.

La Primavera de Sandro Botticelli (hacer clic en la imagen para ver una versión en alta resolución)

No vamos a detenernos demasiado en sus nueve personajes centrales (solo un poco), para no alejarnos de la ciencia en esta pintura. De derecha a izquierda del cuadro tenemos a Céfiro, dios griego del viento del oeste, que llega con su aire templado y húmedo para anunciar la llegada de la primavera. A su izquierda está Cloris, a quien Céfiro rapta de manera violenta. Para enmendar su error, decide regalarle un campo lleno de flores, por lo que Cloris es considerada la diosa griega de los jardines. Al hacer esto, y según la visión de Botticelli, la diosa se transforma en el siguiente personaje, Flora, que en realidad es la versión romana de Cloris, pero que está más identificada con la llegada de la primavera, de ahí que su cabeza, cuello y vestido estén cubiertos de flores. En el centro tenemos a Venus, diosa romana del amor, la belleza y la fertilidad, y sobre ella su hijo, Cupido, dios del deseo amoroso. Les siguen las Tres Gracias, belleza, castidad y amor. Muchos estudiosos del arte aseguran que la Gracia central es la futura esposa de Lorenzo, Semiramide d’Appiano, a quien Cupido apunta con su flecha. Finalmente, a la izquierda del cuadro, se encuentra Mercurio, el mensajero de los dioses romanos. En la obra de Botticelli, Mercurio sacude las nubes con una vara (caduceo), para que se disipen, señalando el fin del invierno y el comienzo de la primavera.

Ahora bien, ¿y la ciencia? Ya llega. Obviamente, y por tratarse de una obra titulada La Primavera, no podían faltar plantas y flores. Pero Botticelli no se contentó con hacer un simple “copia y pega” de algunas de las flores más conocidas, sino que aparentemente se tomó todo el tiempo del mundo para representar a la flora toscana del siglo XV.

Desde los comienzos del primer milenio, el arte estuvo muy asociado a la botánica, ya que las ilustraciones de la vida vegetal fueron utilizadas no solo por los naturalistas botánicos, sino también por médicos, farmacéuticos y jardineros para su identificación, análisis y clasificación. A pesar de la aparición de la fotografía, a mediados de la década del veinte del siglo XIX, la ilustración botánica sigue vigente. Justamente, fue durante esa misma época que llegaron a Argentina numerosos botánicos europeos para estudiar nuestra flora, recolectando cientos de miles de especies que hoy pueden consultarse en herbarios como el del Museo Botánico de Córdoba, depositario de más de 500.000 ejemplares de todo el mundo. Algunas de las muestras vegetales de las colecciones están acompañadas de sus respectivas ilustraciones, las cuales pueden ser consultadas en la iconoteca (más de 1500 láminas), e incluso pueden ser admiradas en las exposiciones y pasillos del Museo.

Si bien los grandes artistas del Renacimiento no solían ilustrar especies vegetales con fines científicos, muchos de ellos eran muy fieles a los detalles a la hora de representar a la naturaleza, como es el caso de La gran mata de hierba (1503), del alemán Alberto Durero (1471-1528), o la mismísima Alegoría de la Primavera, de Botticelli.

Volviendo a esta última obra, recién en el siglo XX, tanto estudiosos del arte como botánicos de la Universidad de Florencia, se pusieron a estudiar con detalle las especies vegetales que aparecen en el famoso cuadro que hoy se expone en la Galleria degli Uffizi en Florencia. Y para su sorpresa descubrieron que Botticelli pintó al menos ¡190 especies de plantas!, la mayoría de las cuales crece en la región de la Toscana entre marzo y mayo, durante la primavera del hemisferio norte.

Gracias al nivel de detalle, expertos científicos fueron capaces de identificar a varias especies conocidas, demostrando que esta pintura es, además de una obra de arte, un verdadero catálogo botánico de la tierra de los Medici. Entre los mencionados expertos se encontraba Guido Moggi, quien, durante una restauración de la pintura en 1984, mientras se desempeñaba como director del Jardín Botánico de Florencia, encontró que Botticelli pintó más de 500 plantas en su famoso cuadro.

Un compendio botánico del siglo XV a la vista de todos

Aparte de más de 70 ramilletes de hierbas de la familia Cyperaceae, casi la mitad de los ejemplares restantes pertenecen a plantas sin flores, habiéndose identificado entre ellas 14 especies conocidas. La otra mitad, que aparece tanto en el paisaje como en la vestimenta de algunos de los personajes, pertenecen a plantas con flores, de las cuales fueron identificadas unas 28 especies que hoy pueden encontrarse en la región central de Italia.

Por supuesto que Botticelli dejó algunas cosas libradas a su imaginación, motivo por el cual se cree que muchas de las especies que aparecen en su obra aún no han podido ser identificadas, ya que serían producto de la fantasía del propio autor. Además, si bien la mayoría de las plantas reconocidas son típicas de primavera, hay también unas pequeñas excepciones, como el caso de los naranjos que dominan la parte superior del cuadro, cuyos frutos bien detallados por Botticelli recién se empiezan a recoger bien entrado el otoño. Pero de los naranjos nos vamos a ocupar al final, porque merecen un párrafo aparte.

¿Qué plantas pudieron ser identificadas en La Primavera? Para empezar, margaritas (Bellis perennis) y violetas (Viola odorata), las más abundantes en el césped de la escena pictórica. También predominan las rosas (varias especies del género Rosa), que, por ejemplo, pueden verse cayendo del regazo de Flora. Estas tres flores se han asociado con el amor desde tiempos inmemoriales, ya sea para hacernos saber si alguien nos quiere o no nos quiere, o como parte de una famosa rima anglosajona (“las rosas son rojas, las violetas son azules, el azúcar es dulce, y también lo eres tú”. En inglés rima mejor), pero también forman una parte importante de la medicina natural, ya sea como cicatrizante y antiinflamatorio (margarita), para su uso en afecciones respiratorias o digestivas (violeta), o como una de las mayores fuentes vegetales de vitamina C, la cual puede encontrarse principalmente en el fruto (conocido como escaramujo) de muchas especies del género Rosa. Uno de los escaramujos más famosos en nuestro país es el que se utiliza para producir uno de los dulces más famosos de la Patagonia: la rosa mosqueta (Rosa eglanteria).

Detalle de algunas flores que aparecen en La Primavera de Botticelli. Arriba, de izquierda a derecha: naranjo, margarita, violeta y nomeolvides. Centro, de izquierda a derecha: lirio, aciano, ranúnculo y amapola. Abajo, de izquierda a derecha: rosa, jacinto, mirto y viborera. Fuente: El Mercurio (ver referencia al final del artículo)

Otras especies, conocidas o no tanto, que podemos ver a los pies de Venus son manzanilla (Chamaemelum nobile), eléboro (Helleborus foetidus), viborera o viperina (Echium vulgare), muscari (género Muscari), ranúnculo o botón de oro (Ranunculus acris), frutilla o fresa (género Fragaria) y tusílago (Tussilago fárfara). El nombre de este último proviene del latín tussis, que quiere decir tos, ya que es una planta con propiedades antitusivas que aún se usa para tratamientos de enfermedades bronquiales. Al eléboro también se lo conoce como hierba de ballesteros,ya que se menciona que el jugo de esta planta era utilizado para envenenar puntas de flechas; el nombre de la viborera remite a su uso contra picaduras de serpiente, más que nada porque su fruto recuerda a la cabeza de ese reptil; el muscari debe su nombre a la palabra latina para almizcle, ya que algunas especies de este género emiten un aroma similar al de la sustancia de fuerte olor que se utiliza para fabricar la mayoría de los perfumes; a pesar de su simpático nombre, el botón de oro es muy tóxico, al punto que las abejas evitan libar su néctar. De cualquier manera, llegó a utilizárselo para tratar casos de reumatismo y eliminar verrugas; y la manzanilla y la frutilla no necesitan presentación. Para terminar con Venus, detrás de ella podemos apreciar un mirto (género Myrtus), un arbusto que representa la fecundidad y la fidelidad. A pesar de que se la cultiva mayoritariamente como una planta ornamental, sus bayas suelen utilizarse mucho en el sur de Italia para condimentar comidas y preparar licores.

A los pies de Flora pueden encontrarse amapolas (Papaver rhoeas), acianos o azulejos (Centaurea cyanus) y jacintos azules (género Hyacinthus). De la primera suelen consumirse las hojas cocidas, si bien la presencia de alcaloides en ellas puede producir adormecimiento. No debe confundirse con Papaver somniferum, o adormidera, en la cual se basa la producción del opio y sus derivados; la cocción de las flores del azulejo, conocida como agua de aciano, fue utilizada durante siglos como antiinflamatorio ocular; y varias civilizaciones antiguas han asociado a los jacintos con la primavera, pero a pesar de su belleza y su simbolismo, sus bulbos son altamente venenosos, al punto que para manipularlos en jardinería hay que utilizar guantes protectores.

Si nos desplazamos hacia las Tres Gracias de La Primavera, vamos a ver flores que no necesitan introducción, como el azafrán (Crocus sativus), el jazmín (género Jasminum) y las nomeolvides (género Myosotis). Detrás de Céfiro aparece el popular laurel (Laurus nobilis), y a los pies de Cloris, justo en el extremo inferior derecho del cuadro, podemos ver un hermoso lirio (Iris germanica), en el cual está inspirada la flor de lis, símbolo de la ciudad de Florencia desde el siglo IX que fue sumado al escudo de armas de los Medici en 1465.

En los dos personajes que representan a la primavera, vamos a notar que de la boca de Cloris salen acianos, anémonas (género Anemone), y bruselas (Vinca minor), de donde se extrae la vincamina, un alcaloide que suele utilizarse para facilitar la circulación a nivel cerebral. Por último, en el vestido de Flora aparecen rosas, margaritas, anémonas, acianos, claveles (Dianthus caryophyllus) y alhelíes (Erysimum cheiri), los cuales fueron utilizados durante mucho tiempo como diuréticos.

De la ¿manzana? dorada de la inmortalidad al fruto más famoso de la cocina italiana

Como mencionamos más arriba, un capítulo aparte merece el naranjo (Citrus x sinensis) que domina toda la parte superior de la obra de Botticelli. No solo porque no fructifica en primavera, a diferencia de lo que muestra la escena repleta de naranjas junto a las flores de azahar, sino por su significado. Se cree que la escena del fondo de la pintura representaría el Jardín de las Hespérides, un lugar mitológico en donde crecían las manzanas doradas que otorgaban inmortalidad a quien las comiera. ¿Pero no estábamos hablando de naranjas? Sí, no hay dudas que, por sus flores y frutos, los árboles que pintó Botticelli son naranjos, por lo que la confusión entre manzanas/naranjas con respecto al famoso jardín estaría más asociado a un tema idiomático.

Una leyenda de la antigua Grecia narraba la existencia de dicho fruto dorado, que crecía en el Jardín de las Hespérides, que tomaba su nombre de las ninfas que, junto con un dragón de cien cabezas, custodiaban a los míticos árboles. Una de las historias más conocidas asociadas a este jardín es la del undécimo trabajo de los doce que tuvo que llevar a cabo el semidiós Hércules. Esta labor consistió en robar los frutos dorados y entregárselos al rey Euristeo, para quien debía llevar a cabo los famosos trabajos. Utilizando su fuerza y astucia, Hércules finalmente logró su objetivo.

Pero si el mito habla de manzanas (Malus domestica), ¿por qué Botticelli pintó naranjas? En realidad, nunca estuvo claro de qué tipo de fruto se hablaba, ya que la leyenda había pasado casi al olvido por siglos y volvió con fuerza en el Renacimiento. Para el siglo XV, cuando se pintó el cuadro, ya se conocía la variedad de naranja amarga que llegó con los árabes vía España en el siglo X, pero la naranja dulce que todos conocemos, originaria de China, pudo haber llegado a Europa a fines del siglo XV, por lo que su condición de “exótica”, sumado a su color cercano al dorado, puede haber sido la causa por la que se le asignara un rol protagónico en el Jardín de las Hespérides renacentista. También se cree que Botticelli eligió las naranjas por parecerse a los círculos (conocidos en heráldica como roeles) que aparecen en el escudo de armas de los Medici.

Por otro lado, naranja en latín es pomum aurantium, algo así como “manzana dorada”, si bien pomum designa más que nada a cualquier clase de fruto. Muchos idiomas conservan ese significado para la palabra naranja, como el griego, el alemán, el finés y el ruso. Mientras que, en nuestro idioma, así como en portugués e italiano, el nombre de este fruto proviene del sánscrito naranga, que quiere decir fragancia, el cual se asocia más que nada a las naranjas amargas que llevaron los árabes a la península ibérica desde la India en el siglo X. En francés y en inglés, donde se la conoce como orange, el origen es similar al de nuestro idioma, pero con el agregado de un prefijo que aún recuerda al mito original: oro.

Pero los frutos dorados no se limitan solo a manzanas y naranjas, sino que hay un tercero en discordia, aunque nadie se atrevería a asociarlo con el Jardín de las Hespérides, ya sea porque no crece en árboles, o porque proviene de un continente con sus propios mitos y que aún no había sido descubierto por los europeos cuando Botticelli creó su famosa obra de arte: América.

Estos hoy famosos frutos fueron llevados a Europa por los españoles en el siglo XVI y se extendieron por todo el viejo continente hasta llegar a Italia. Si bien la variedad más conocida actualmente es de color rojo, los frutos americanos que arribaron a la península italiana eran de color amarillo, y aunque su nombre en español derivaba del nahuatl, el idioma que hablaban los antiguos aztecas en el actual México, los italianos decidieron bautizarlo de manera original en base a su forma y color. Como por esas épocas parece que todo fruto exótico se asociaba con manzanas, y debido a su color, decidieron llamarlo “manzana dorada”. Sí, como las de Hércules. En italiano manzana es mela, pero en algunos dialectos del norte se la conoce como pomo, similar al francés pomme. Por lo tanto, al nuevo fruto se lo llamó “pomo d’oro”, o pomodoro, al cual nosotros conocemos como tomate (Solanum lycopersicum). A pesar de que hoy en esa parte del mundo tiene un nombre que no lo representa ni en su color ni en su aspecto, sin dudas se convirtió en uno de los frutos más exitosos de la gastronomía italiana.

Y mejor terminamos la nota acá porque nos dio un poco de hambre. ¿Alguien quiere pizza?

Autor: Alberto Díaz Añel – Área de comunicación IMBIV-CONICET-UNC

Referencias

Botticelli’s Primavera: A Botanical Interpretation (2022). Mirella Levi D’Ancona, Editorial Casa Editrice Leo S. Olschki (Italia), 116 páginas. ISBN‎ 978-8822268235.

La primavera, investigación e infografía. El Mercurio (Chile): http://infografias.elmercurio.com/20181013-VA-primaverabotticelli/

¿Cuántas flores hay en la ‘Primavera’ de Botticelli? La Vanguardia (España): https://www.lavanguardia.com/cultura/culturas/20200414/48447217131/botticelli-uffizi-primavera-flores.html

La Primavera de Botticelli: descubriendo las plantas de una obra maestra. Guida Turistica Michele Busillo (Italia): https://www.guidaturistica-michelebusillo.com/es/la-primavera-de-botticelli-descubriendo-las-especies-vegetales-de-una-obra-maestra/

La Primavera de Botticelli. En Florencia (Italia): https://www.enflorencia.com/la-primavera-de-botticelli/