El avance del hombre sobre la naturaleza no es algo nuevo, y justamente ese es el motivo por el cual en estas últimas décadas hemos comenzado a notar las consecuencias de ese atropello sobre todo lo vivo que hay en nuestro planeta. Casi nadie es ajeno a la existencia del cambio climático, o al incremento del número de plantas y animales que se suman a la lista de especies en peligro de extinción, pero las consecuencias del arrollador consumo humano van más allá del clima o de la biodiversidad sobre la Tierra. La actual pandemia de Covid-19 también podría ser una secuela del daño que la humanidad le está infligiendo a la naturaleza. Para hablar de este tema, conversamos con la Dra. Sandra Díaz, Investigadora Superior del CONICET en el Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal (IMBIV), y una de las científicas más destacadas y premiadas de nuestro país, quien desde hace muchos años investiga cómo diferentes actores sociales valoran y reconfiguran a las comunidades biológicas y los ecosistemas.
Alberto Díaz Añel: No deja de llamar la atención que casi el 90% de los virus a ARN que pueden afectar al ser humano (como coronavirus, influenza o HIV) son de origen animal. ¿Es posible que el virus que causa la enfermedad COVID-19 haya tenido su origen en la vida silvestre?
Sandra Díaz: Totalmente. En la enorme mayoría, yo diría prácticamente la totalidad, de la mejor información científica más actualizada publicada en las revistas de revisión de pares, se muestra que el origen del virus que causa Covid-19 se encontraría en animales silvestres. La evidencia de un origen silvestre es extremadamente fuerte.
ADA: En base a esta respuesta, y teniendo en cuenta que epidemias y pandemias virales se están haciendo cada vez más frecuentes en el siglo XXI (sobre todo en la última década), ¿qué relación tiene esta alta frecuencia con lo que se conoce como el modelo de “apropiación de la naturaleza”? ¿De qué se trata este modelo?
SD: En el caso del Covid-19 y de otras epidemias que hemos tenido hasta hace poco, como SARS-CoV en 2002 y MERS en 2012, todas tienen un origen parecido, que son coronavirus de animales silvestres -murciélagos concretamente-, que mutan y que a través de una serie de hospedadores intermedios pasan a los seres humanos. Estos virus estuvieron siempre en los murciélagos, y en muchas otras poblaciones silvestres hay miles o millones de virus con potencial poder de infección. Lo que ocurre es que, en condiciones normales -no las que tenemos ahora-, estos virus tienen extremadamente bajas posibilidades de infectar a los seres humanos, porque las probabilidades de contacto entre los seres humanos y los reservorios silvestres son muy bajas, ya que estos últimos generalmente se encuentran en lugares remotos, como humedales, selvas, lugares con muy poca presencia humana o donde la gente se adentra por poco tiempo.
Con el acelerado uso de los recursos naturales de las últimas décadas, se abren caminos y se establecen poblaciones humanas muy cerca del corazón de estos ecosistemas, y de esa manera se multiplican las posibilidades de contacto entre seres humanos y animales silvestres, en particular los murciélagos, que son animales que suelen acercarse más a nosotros por el tipo de hábitos que tienen, mientras que otros animales silvestres son más tímidos o vulnerables.
Por lo general estos poblados humanos existen en contextos de mucha vulnerabilidad y precariedad, donde las condiciones de higiene y sanidad son ínfimas, dando lugar a poblaciones inmunodeprimidas. Por otro lado, allí también suelen existir pequeños mercados locales, donde se mezclan animales silvestres y domésticos cautivos, todos en condiciones generalmente lamentables, lo que los convierte en un gran caldo de cultivo, con las condiciones perfectas para que un virus pueda mutar y finalmente llegue a instalarse en seres humanos.
Una vez que el virus logró adquirir la capacidad de infectar humanos, el resto lo hace la globalización. Los seres humanos, con sus grandes desplazamientos entre centros poblados y entre continentes, rápidamente dispersan el virus por todo el planeta. Esa es un poco la relación de causa efecto que conocemos, y dado que en las últimas décadas la deforestación, la colonización y la apropiación de espacios silvestres en la apertura de caminos, sumados al enorme tráfico internacional de seres vivos, han llevado a una escalada de todas estas enfermedades transmitidas por vectores virales.
ADA: Por lo que describe, este modelo se viene aplicando desde hace mucho tiempo ¿Por qué aparecen tan seguido estas enfermedades en el último par de décadas?
SD: En realidad se han acrecentado estos últimos veinte años los ejemplos de epidemias o pandemias, pero el modelo de apropiación masiva de la naturaleza y aceleración del tráfico internacional se produjo fundamentalmente en los últimos cincuenta a setenta años. Lo que vemos en las últimas dos décadas es algo que algunos llaman “la gran aceleración”, pero en realidad el modelo de apropiación, qué consiste básicamente en tratar al resto de la naturaleza y a la gran mayoría de los seres humanos como recursos a ser explotados de la manera más rápida y eficiente, sacando el mayor provecho, y descartándolos lo antes posible, lo hemos perfeccionado con la ayuda de las comunicaciones, la tecnología, etc. a partir de la segunda mitad del siglo XX.
ADA: Si estos virus se originan principalmente en la vida silvestre, ¿por qué muchos de ellos se transfieren a humanos desde animales de granja, como cerdos y aves de corral? ¿Es una consecuencia de su crianza en condiciones de hacinamiento?
SD: Es así, esas condiciones hacen que estén más inmunodeprimidos, o sea que sean mucho más susceptibles de infectarse a partir del contacto con un animal silvestre portador de un virus. Además, el virus tiene la oportunidad de pasar de un animal a otro al encontrar muchísimos animales juntos, por lo que es mucho más probable que surjan nuevas variantes evolutivas. Y no estoy hablando de la cría tradicional y poco intensiva, sino concretamente de la industria.
ADA: El tan difundido cambio climático que está sufriendo nuestro planeta ¿qué relación tiene con la expansión frecuente de estas enfermedades? ¿Hay alguna relación con la pérdida de biodiversidad?
SD: En algunos casos uno puede decir que el cambio climático favorece las zoonosis (enfermedades que se transmiten de animales a humanos), ya que por ejemplo el vector de una enfermedad puede llegar a lugares donde antes no podía porque eran demasiado fríos. Pero yo me animaría a decir que el cambio climático no es la causa primaria del aumento de las epidemias y pandemias transmitidas por virus, sino que tanto el cambio climático, como la pérdida masiva de la biodiversidad, como las pandemias o epidemias cada vez más frecuentes, son todos síntomas del mismo modelo actual de apropiación de la naturaleza, que de alguna manera desteje el tapiz conectado de la vida. Por lo tanto, la creciente desigualdad, las continuas pandemias, el cambio climático y la pérdida de diversidad biológica son todos síntomas asociados, vienen todos juntos.
ADA: Parece casi como un efecto dominó, que una cosa lleva a la otra.
SD: Exactamente. Son todos dependientes del mismo problema de base y se sinergizan unos a otros. Digamos que, si hubiera una forma hipotética de parar totalmente el cambio climático, pero no el resto de las consecuencias negativas del modelo de apropiación, no frenaríamos las pandemias totalmente, solamente frenaríamos la partecita que se habría agravado por el cambio climático. Porque el cambio climático también es un síntoma y no una causa.
ADA: Durante los primeros meses de confinamiento vimos un resurgir de la naturaleza, con bajas en los niveles de contaminación y la aparición de animales silvestres en zonas urbanas. ¿Hay posibilidades de que esto se mantenga, o ya estamos volviendo a niveles prepandemia o de “vieja normalidad”?
SD: Esa recuperación que vimos es de alguna manera lo que yo llamo una “prueba de concepto”, o sea una muestra de la fantástica resiliencia de la naturaleza, en el sentido que si se le da una pequeña oportunidad se recupera. Además, demuestra que si uno pudiera hacerlo a gran escala funcionaría.
Claramente esa ínfima recuperación de esos meses no alcanza, de la misma manera que todo el carbono que dejamos de emitir durante esos meses por la pandemia tampoco alcanza para frenar el cambio climático. Yo veo que, hasta ahora -si bien no estoy perdiendo las esperanzas en absoluto-, las medidas que han tomado la enorme mayoría de los gobiernos del mundo han sido pensadas para atajar la pandemia en lo económico y social, más que favorecer a una recuperación o a una nueva normalidad en cuanto al cambio climático. Todo lo contrario, esas medidas han agregado efectos negativos a los que ya veníamos teniendo antes de la pandemia, en su mayoría le restan a la recuperación del clima y la biodiversidad. Eso es bastante preocupante de ver, ya que la gran mayoría de los países del mundo siguieron ese camino. Yo creo que hace falta, y que es técnicamente posible, muchísima más decisión de los gobiernos, no solamente en el discurso sino en las acciones.
ADA: ¿Qué hace falta para que se concrete una “nueva normalidad” pero con menos pandemias? ¿Qué tiene que ver esto con el llamado enfoque de “una sola salud”, y de qué se trata este enfoque?
SD: El enfoque de una sola salud, del que yo claramente no soy especialista y tampoco lo inventé, tiene unos cuantos años ya dentro de lo que es la epidemiología ecológica. Este enfoque dice que no se puede pensar la salud de las personas individuales sin pensar la salud social, no se puede pensar la salud física sin pensar en la salud mental y social, y no se puede pensar la salud humana sin pensar en la salud del resto de la vida sobre la Tierra. La idea es que nosotros no somos ni una desgracia que le pasó al planeta, ni estamos separados del resto de los seres vivos, y tampoco somos los amos del mundo, sino que somos una hebra más, una hebra importante en cuanto a agencia, número y biomasa, pero una hebra más al fin en el tapiz de la vida. Entonces, una sola salud dice: o tenemos salud todos o no hay forma de que ninguno de los componentes la tenga. De alguna manera es una especie de extrapolación de la famosa frase “nadie se salva solo”, pero ya no dentro de los humanos, sino trascendiendo los humanos y todo el resto de lo que está vivo sobre la Tierra.
La idea es tomar consideraciones que cuiden el clima, la biodiversidad y el ambiente en general en todos los lugares donde vivimos las personas, no solamente en el parque nacional impoluto, sino en la ciudad, en la calle, en las veredas, en los campos, y en todos los lugares donde uno está. En los campos agrícolas, en los caminos, ahí contribuimos concretamente a la salud humana. La pandemia sorprendió a un montón de gente, pero los especialistas hacía ya varios años que estaban esperando que surgiera la llamada “enfermedad X”, porque estaban dadas todas las condiciones para que llegara, y estuvimos haciendo todo lo posible para que se diera.
ADA: En base a todo esto que ha contado, ¿qué deberían tener en cuenta los gobiernos antes de aplicar nuevas medidas de políticas públicas de reactivación postpandemia, para poder revertir la situación sanitaria y ambiental actual? Y lo que es más importante ¿estamos a tiempo de revertirlas?
SD: Nosotros analizamos una serie muy importante de modelos, de escenarios y de proyecciones, para saber si era físicamente posible revertir la situación o frenar bastante la tasa de deterioro, y la respuesta corta es sí, todavía es posible, pero no por mucho tiempo. No es ciencia ficción, pero la ventana de tiempo, en la que todavía es posible cambiar antes de que sea demasiado tarde, se está cerrando rápido y hay que actuar urgentemente.
En cuanto a qué hacer, para mí hay una serie muy grande de medidas que se pueden aplicar, pero básicamente se resume a dos o tres cosas. Primero, dejar de dañar. La semana pasada, en la primera parte de la Cumbre de la Biodiversidad en China, hubo algo que realmente nos sorprendió a los asistentes. Los gobiernos se llenaban la boca con grandes aspiraciones, comprometían un montón de palabras para el momento, como por ejemplo crear parques nacionales, cosas medio grandilocuentes, pero no ofrecían nada para detener aquellas cosas que están dañando la diversidad todos los días, como por ejemplo actividades agrícolas, energéticas, de infraestructura y de comercio internacional, que tienen unos subsidios gigantescos y que está probado que dañan la biodiversidad.
Concretamente, parar de dañar es el primer paso para curar. ¿Cómo curar? Bueno, internalizar los costos reales de mucha de la producción de todo tipo, como la agrícola, la energética, la de indumentaria, que hoy en día son rentables para quienes las llevan a cabo porque no están pagando los costos reales sociales y ecológicos, que los pagamos absolutamente todas las personas y el resto de lo vivo.
Otra cosa que se habla mucho es de integrar, o sea en la legislación, en las políticas agrícolas, de transporte y educativas. En todos los aspectos del quehacer público, no sólo en la política ambiental, introducir consideraciones y salvaguardas de biodiversidad. De la misma manera que se incluyen consideraciones de respeto a los derechos humanos, de igualdad de género, todo ese tipo de cosas que hoy en día están integradas en todos los quehaceres, lo mismo hay que hacer con la salud humana y la salud del resto de lo vivo sobre la Tierra.
Y la última medida es imaginarse. Con esto quiero decir que no hay que pensar que ese futuro mejor es ciencia ficción. Darse cuenta de que no es parte de la naturaleza humana seguir con este modelo, sino poder imaginarse un modelo un poco distinto para que pueda ocurrir y que sea pronto.
ADA: Habló en algún momento de que hay mucho dinero invertido en lo que hace daño. Los cambios que se proponen para revertir el daño también implicarían grandes sumas de dinero. ¿Cómo se puede convencer a los gobiernos para que inviertan en esto último, y que dejen de invertir en aquello que hace daño pero que a ellos les significan grandes dividendos en el corto plazo?
SD: Es una cuestión de balance de poder. El tema de juntar la evidencia, de destilarla, y de ponerle un formato que todos entiendan, creo que la comunidad científica lo ha hecho. Me parece que nunca hizo un esfuerzo tan grande como en los últimos tres o cuatro años para acercar toda la evidencia en el formato más útil, tanto en clima como en biodiversidad. Lo que falta ahora es la capacidad de agencia, la determinación de aquellos que tienen el poder de decisión. Y ahí estoy hablando de los gobiernos, de las grandes corporaciones, muchas de las cuales llegan a mover mundialmente más recursos que algunos gobiernos. Y también estoy hablando de quienes eligen a los gobiernos, y por lo tanto les pueden poner presión.
Yo creo que es un tema de balances de poder en la sociedad. ¿Y cómo se dan vuelta los balances de poder? Bueno, se les da vuelta de la misma manera que como se hace con tantas otras cosas, esto no es excepción. Por más que la ciencia esté clara, si no hay suficiente poder construido las cosas no pasan. Yo no pierdo la esperanza de que esto ocurra, porque dentro de diez años la oportunidad realmente no va a ser la misma. Todos los modelos muestran que nuestra posibilidad de actuar para un futuro mejor y más justo claramente no va a ser la misma dentro de diez años. Entonces yo espero que los gobiernos vean la luz o sientan el fuego de la presión de abajo y tomen compromisos suficientemente responsables en la práctica, más allá de las promesas. El dinero está, es una cuestión de redistribuirlo de un tipo de actividades a otro tipo de actividades.
ADA: Cuando habló de esa famosa ventana para lo cual ya no habría vuelta atrás, ¿de cuánto tiempo estamos hablando?
SD: Muy pocas décadas, básicamente entre diez y treinta años, y estoy siendo un poco generosa con los treinta. No es que la especie humana va a desaparecer en diez años, estamos hablando de la posibilidad de parar una gran cantidad de extinción de especies, frenar una gran destrucción de ecosistemas, detener cambios en los parámetros climáticos del planeta que realmente pueden tener consecuencias terribles a nivel de alimentación, de bienestar humano, de grandes migraciones.
No voy a repetir lo que dijo muy bien el informe internacional del clima de hace un par de meses. Las ventanas de tiempo para la biodiversidad son básicamente las mismas que para el clima. Básicamente es eso que dicen en algunas disciplinas orientales o en otros contextos, “el tiempo es ahora”. Yo creo que para esto el tiempo de las acciones es ahora.
Por otro lado, hay ejemplos en la historia reciente del planeta, de que ante grandes desafíos y ante el convencimiento de los gobiernos y la gente, pueden ocurrir cambios que nadie se imaginaba. Estaba leyendo un artículo que contaba el brutal cambio tecnológico en el que se embarcó el gobierno de los Estados Unidos ante la Segunda Guerra Mundial. El cambio que hizo a nivel energético, tecnológico, del sistema de producción, y todo lo que logró hacer en un par de años se convirtió en algo que nadie pensaba que fuera físicamente posible. Fue increíble, superó cualquier historia de ciencia ficción. No estamos hablando de los fines, pero quiero decir que cuando está la decisión y cuando existe consenso en que es algo necesario, realmente se lo puede hacer. El tener el porcentaje de vacunación que tenemos hoy en el mundo -a pesar de que podríamos tener más-, y que en tan poco tiempo tengamos vacunas, parecía una historia de ciencia ficción hasta hace un par de años. Todo esto demuestra que cuando existe la decisión política, los recursos aparecen.
Quizás luego de leer esta nota, a muchos de los lectores les quede un sabor amargo. Asimilar las palabras de una científica experta como la Dra. Sandra Díaz sobre la situación actual del planeta no es fácil, sobre todo cuando estas palabras se reafirman con lo que vemos todos los días en los medios, y a veces incluso con solo salir a la calle. Pero dentro de esas experimentadas palabras también se habla de oportunidades para revertir el daño que estamos causando como humanidad, y que también nos afecta como parte de los seres vivos de este planeta. Los gobiernos deben aprovechar esas oportunidades lo antes posible, pero también parte de la responsabilidad para cambiar está en cada uno de nosotros. Desde nuestro trato hacia la naturaleza (nosotros incluidos), hasta la toma de decisiones inteligentes a la hora de elegir a nuestros gobernantes. Nos queda poco tiempo. Parece escaso, pero por suerte todavía lo tenemos. Y si aún les queda ese sabor amargo, no olviden que la esperanza es lo último que se pierde.
Por: Alberto Díaz Añel (IMBIV-CONICET-UNC y Grupo InformAR Covid-19)
Nota realizada para el CCT Córdoba (enlace directo: https://cordoba.conicet.gov.ar/buscando-una-salida-a-la-epidemia-de-pandemias/).
También se puede acceder al video de la entrevista en nuestro canal de YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=6be82daQtS4&t=1s