Entrevista a nuestro Director, Gabriel Bernardello

Queremos compartir esta nota que le hiciéramos hace unos días al nuevo Vicepresidente de la Academia Nacional de Ciencias. Director de nuestras dos queridas instituciones, el IMBIV y el Museo Botánico, es uno de los docentes más queridos de la FCEFyN de la UNC. Con ustedes, el Dr. Gabriel Bernardello.

 ¿Cómo nació tu vocación científica?

No creo haber tenido muchas dudas. Nací en Cosquín y de niño me encantaba hacer travesías por el río, explorando las sierras, observando todo bicho y toda planta posible… En aquél entonces, los chicos teníamos libertad para salir solos, aventurarnos en el monte, recorrerlo a nuestro placer. Aprender a amar la naturaleza fue un imperativo, querer comprenderla vino después. Posteriormente, como biólogo y como adulto, interactuar con la naturaleza fue un principio animador en mi vida, que en alguna medida me retrotraía a la niñez.

¿Qué fue lo que te llevó a elegir tu especialidad en el área de la Botánica?

Las plantas siempre me intrigaron. Tan parecidas y tan distintas al mismo tiempo… Tan misteriosas y tan silenciosas… Por otro lado, los animales nunca me desagradaron, pero me inquietaba tener que matarlos para estudiarlos, si fuera el caso. Cuando tuve que hacerlo, porque en algunas cátedras formaba parte de una práctica, confirmé que mi trabajo profesional estaría en relación con las plantas.

¿Qué papel han desempeñado las sociedades científicas en tu carrera?

Muy grande. A lo largo de mi carrera, la participación en varias sociedades profesionales me ha permitido interactuar, perfeccionarme, hacer nuevos amigos y colaboradores fuera del círculo más estrecho que mi investigación específica habría definido. Participar periódicamente en congresos y publicar en sus revistas me ha enriquecido personalmente, así que las he apreciado mucho. Cuando ya estuve consolidado, he participado activamente en las mismas; particularmente, he dirigido por casi 20 años el Boletín de la Sociedad Argentina de Botánica, habiendo conseguido que fuera indexado en las principales bases de datos internacionales y, en la actualidad, soy presidente de dicha Sociedad. Mi motivación ha sido aportar desinteresadamente a la consolidación de la Botánica en el país, generar ciencia de valor y difundir los resultados de nuestros trabajos, tanto en el ámbito académico como en el de la comunidad en general.

¿A quiénes mencionarías como tus mentores y/o personas que te inspiraron para desarrollar esa vocación?

Rescato, en primer lugar, a una profesora de Geografía Económica del colegio secundario. Elsa Chaparrotti era Bióloga y me resultaban interesantes sus clases y las conversaciones que teníamos antes o después de las mismas. Me motivó, indirectamente, a definirme como futuro estudiante de Ciencias Biológicas. Después, menciono al Ing. Armando T. Hunziker, director de mi tesis doctoral en la UNC, y a los Dres. Emil Di Fulvio y Alfredo E. Cocucci, asesores de la misma, de quienes aprendí a desenvolverme como científico productivo e involucrado profundamente con su trabajo. Por último, al Dr. Gregory J. Anderson, de la University of Connecticut (USA), director de mi posdoctorado, que me alentó a combinar las tareas de investigación con las de enseñanza y de administración de la ciencia.

¿Cuál es la diferencia entre la forma en que se lleva a cabo la ciencia hoy y cuando te iniciaste?

Tantas cosas que me siento casi un fósil… Para decirlo en pocas palabras, pasar del reino del papel al reino de la virtualidad. La máquina de escribir como instrumento de trabajo, la biblioteca física como el templo del conocimiento, el correo postal como el medio de comunicación excluyente, todo con un ritmo más lento. En la actualidad, solo con una computadora y los programas y accesos a internet necesarios tenemos todo lo que necesitamos al chasquido de los dedos… También es impresionante la gran cantidad de datos que se recopilan (moleculares, genéticos, ecológicos, morfológicos, etc.) en bases de todo tipo. Estos datos masivos pueden ser manejados por programas increíblemente complejos. Todo esto condujo a casi la ausencia de investigaciones individuales o con dos coautores, como las que publicaba en mis inicios, hacia investigaciones en equipos grandes. Esto es más desafiante y ofrece más oportunidades, descubriéndose intersecciones entre tus intereses y los de tus colaboradores y lo que ello aporta a la investigación. Al mismo tiempo, la tasa de publicación ha aumentado y las exigencias de publicar en revistas internacionales de primer nivel. Casi casi que me avergüenza decir que, cuando entré a la carrera del investigador de CONICET, había publicado todos mis artículos en revistas nacionales. Igual visto a lo lejos fue un buen parámetro, porque acá estoy…

Lo que no ha cambiado, ni cambiará, es la naturaleza indagatoria de la ciencia y el valor inspirador de las preguntas que nos hagamos. Las preguntas nos guían y nos entusiasman, haciendo que nuestro trabajo sea apasionante, cuando la pregunta es interesante…

¿Te han sucedido cosas particularmente molestas en tu carrera profesional?

Lo que mencionaría son las desazones producidas con varios colegas y discípulos. Es difícil entender cómo pasamos de ser grandes compañeros y amigos a convertirnos en fuertes antagonistas y un poco menos que enemigos. Sucede en todos los ámbitos, pero no deja de ser doloroso pasar por estas situaciones y convivir con ellas.

¿Cuál dirías que fue el día más desafiante en tu trabajo?

Ocurrió trabajando las islas Juan Fernández (o Robinson Crusoe) de Chile sobre plantas endémicas con un grupo de botánicos norteamericanos y chilenos. El 75% de las plantas en ese archipiélago son endémicas, exclusivas del mismo. Era una aventura en sí misma investigar en un lugar remoto del Océano Pacífico donde muy pocas personas han estado, y en partes aún más de una isla donde realmente podrías imaginar que fuiste el único que había estado allí, aunque no sea cierto… Hicimos varios viajes allí en la Isla Robinson Crusoe (o Masatierra). En uno de ellos, fuimos una docena de personas en un precario bote hasta un inhóspito lugar. De allí, debíamos subir hasta su máxima altura en el centro de la isla y luego bajar hacia la orilla opuesta, donde nos esperaría el bote que nos llevó (unos 6 kilómetros en subida y bajada agotadores). A la mitad del día, nos enfrentamos a una dificultad. Teníamos que pasar por un lugar estrecho (por el filo de un cuchillo, digamos para exagerar…), con precipicios a derecha y a izquierda. Uno de los líderes de nuestro equipo simplemente no podía hacerlo. Tenía un miedo mortal a las alturas en ese contexto y estaba abrumado. Por ello, los guardaparques guiadores tuvieron que tomar una dirección diferente, no planificada, para llegar al lugar donde abordar el bote.

Este cambio resultó tener consecuencias no deseadas: el descenso fue muy abrupto (¡yo conocí la sensación de vértigo por primera y única vez en mi vida!) y al llegar más tarde de lo previsto al otro lado de la isla, la marea estaba alta y había un viento muy fuerte con olas que chocaban en la orilla. La orilla era un acantilado bajo con un metro y medio entre el mismo y el bote muy agitado por la marea y el viento. En pocas palabras, había que literalmente “volar” hacia el bote para abordarlo, ya que no podía acercarse lo suficiente al pequeño acantilado a riesgo de chocar y, desde luego, no había embarcadero. Había que ponerse un chaleco salvavidas y ser atado por una soga: uno de los extremos en la orilla y el otro en el bote. Cuando el bote se acercaba lo suficiente, el marinero gritaba “¡Ahora!” y tenías que saltar hacia adelante y hacia abajo para alcanzar el bote. Si no lograbas alcanzarlo, caías al océano (como le ocurrió a algún compañero), pero te sostenían de la cuerda y te ayudaban a subir al bote. Uno a uno fuimos subiendo así. Durante el regreso tuvimos que lidiar con un mar embravecido. Fue exasperante, por decir lo menos… Pero el esfuerzo y las dificultades valieron la pena. Pudimos estudiar algunas plantas extraordinarias que ocupan lugares significativos en la evolución de las angiospermas y publicar artículos reveladores sobre ellas, que fueron y son muy citados.

¿Cuál es la cosa más divertida que te ha sucedido?

Voy con una que tiene relación con la docencia. Era ayudante de la materia Plantas Vasculares. Para los exámenes traíamos plantas vivas para que los alumnos buscaran material en base a las preguntas que se les hacían. En un examen, se estaba desarrollando todo con normalidad hasta que el Profesor Titular toma una rama y pregunta a los docentes: “¿Quién trajo esta planta?”. Después de un momento de silencio embarazoso, porque la pregunta tenía un fuerte tono imperativo, otro ayudante informó que la había recogido en un baldío cerca de su casa. Resultó que la planta era, ni más ni menos, marihuana. Quién la juntó no tenía idea, obviamente. Conclusión: se suspendió el examen y el profesor con el citado ayudante partieron raudos en la camioneta institucional a ese baldío para coleccionar la planta completa y hacer un ejemplar de herbario, porque allí no había ningún ejemplar de esa especie.

¿Has podido hacer trabajo de campo todos los años?

Desde luego que hubiera querido. Es realmente divertido hacer observaciones, experimentos y tomar datos en el campo. Pero tuve varios cargos directivos, más intensamente en los últimos 15 años que, si bien no lo impidieron totalmente, lo obstaculizaron. Fueron cargos en la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, en la Universidad Nacional de Córdoba, en el Museo Botánico y en el Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal, algunos de los cuales aún tengo, como director de estos dos últimos. Pero no me arrepiento, porque siempre he sentido que tenía que devolver algo de lo mucho que recibí de las instituciones que me lo dieron todo a lo largo de mi carrera, desde el título hasta el lugar de trabajo y el sueldo. Es la vuelta lógica de la vida, creo. Y me ha llenado de satisfacción hacerlo, siendo que nunca estuvo en mi horizonte cuando inicié mis estudios. Los compromisos han ido apareciendo sin proponérmelo.

¿Cuándo se inicia tu relación con la Academia Nacional de Ciencias?

Podría decir desde siempre, considerando que el Museo Botánico está en el edificio de la propia Academia donde trabajo desde que era ayudante alumno. Por otro lado, publiqué con orgullo los resultados de mi tesis doctoral en el Boletín de la ANC. No era sencillo, ni lo es hoy, publicar un artículo de más de 180 páginas. Tratándose de la revisión taxonómica de un género de plantas en Sudamérica, me parecía lógico hacerlo en castellano y en nuestro país, ya que el mismo es uno de sus centros de diversificación. Tanto mi director de tesis como mis asesores eran miembros de la Academia, así que por una u otra razón asistía con regularidad a eventos, a la biblioteca, etc. Creí que la culminación había sido que me designaran miembro de ella, amablemente propuesto por Alfredo E. Cocucci. Pero la sorpresa fue grande, cuando los miembros me votaron para ser parte de la Comisión Directiva primero y, luego, vicepresidente de la misma. Es gratificante que sea de este modo, es decir votado por tus colegas en secreto. Espero no defraudarlos y estar a la altura de las circunstancias, en un momento tan complejo para el país, para el mundo y para la humanidad.

¿Qué opinión te merece que por primera vez se haya nombrado a una mujer presidenta de la ANC?

Partamos de decir que, en ciencia, hombres y mujeres publican una cantidad comparable de artículos por año, tienen un impacto profesional equivalente y tienen las mismas capacidades para desarrollarla. No obstante, es escasa la participación de mujeres como académicas en todo el mundo y las razones, sobre las que se ha escrito ampliamente, hay que buscarlas en otros ámbitos. En la ANC fundada en 1869, recién en 1995 se incorpora a Emil Di Fulvio, mi asesora de tesis, como la primera Académica. La National Academy of Sciences de USA ha tenido su primera mujer presidente en 2016, habiendo sido fundada en 1863. Con el nombramiento de la Dra. Beatriz Caputto vamos en camino a una nueva perspectiva de la institución y tengo mucha satisfacción de acompañarla en esta gestión, histórica en esta medida.

Teniendo en cuenta la repercusión de tu nombramiento en la ANC en las redes, la página de tu club de fans en Facebook, y los comentarios que siempre surgen al decir tu nombre frente a un biólogo de la UNC, ¿por qué creés que sos uno de los profesores de biología a quien los alumnos recuerdan con más cariño?

¡Qué pregunta difícil! Eso habría que preguntarle a los demás, ¿no? En fin… Sobre las redes, te digo que en general las miro poco, y si hay repercusión o no, menos. Me halaga y lo agradezco, pero prefiero no saberlo. Sobre la docencia, solo puedo decirte que trato de ponerme en el lugar del otro, de ser lo más espontáneo posible, de establecer una comunicación a dos puntas en la que seamos dos iguales. Me gusta mucho dar clases y me divierto haciéndolo. Apenas trato de despertar en el aula el entusiasmo y la pasión por el conocimiento. En lo que hago, no busco resultados. Como escribió Herman Hesse: “el valor de mi trabajo es proporcional al placer que me ha producido”. Esperá que busco el resto de la cita magistral, que no me acuerdo de memoria: “Lo que queda e impresiona no es lo que se ha querido, pensado y construido, sino la actitud, la inspiración, la pequeña y fugaz magia”.

Pasando a un tema actual. En estos tiempos agitados de pandemia y noticias falsas que generan miedo y desconcierto, ¿te parece importante que contemos con profesionales formados en el área de la comunicación pública de la ciencia? ¿Creés que los medios de comunicación deberían tener entre sus filas a profesionales de este tipo?

¡Desde luego que sí! El flujo y el acceso a la información aumentan exponencialmente y hay investigaciones cada vez más innovadoras y ambiciosas. También hay un mayor interés público en el campo. Profesionales serios y formados en divulgación científica son muy necesarios. Los medios prestan mayor atención a la velocidad de difusión y a la facilidad de asimilación de la noticia, en desmedro de la calidad y la confiabilidad de la fuente. Y en ocasiones se comenten errores garrafales que nadie intenta corregir. Por otro lado, la incertidumbre está implícita en la ciencia. Si quienes divulgan desconocen esto, pueden fomentar inescrupulosamente esperanzas equivocadas o alarmas innecesarias. Hay que tender puentes entre comunicadores de la ciencia y científicos, para que las noticias lleguen al público de manera confiable. Y no menos importante es tratar de despertar, indirectamente, las vocaciones científicas. Es un momento emocionante para ser científico y la ciencia es una aventura riesgosa que vale la pena transitar.

Por último, ¿qué mensaje le dejarías a los futuros biólogos?

Me matás con la pregunta porque no soy muy amigo de dar mensajes ni consejos. Se lo dejamos a los profetas y a los visionarios jajaja… Lo esencial, sin distinción de profesión, es tratar de ser mejores personas, más altruistas, menos materialistas, dilucidar quienes somos y por qué y para qué nacimos; así, seguramente, la sociedad sería mejor. En lo particular, en esta época compleja, los biólogos tenemos un papel significativo en despertar el amor por la naturaleza y por su biodiversidad, solo así es posible respetarla, valorarla y conservarla. Intentar encontrar soluciones alternativas, ecológicamente equilibradas, a los problemas económicos de este mundo, tremendamente desigual y muy modificado por la humanidad. Y si nos dejan, intervenir en decisiones de política pública sobre cuestiones ambientales.